domingo, 20 de diciembre de 2009

Críticas de medios uruguayos. Teatro El Galpón. Montevideo. Diciembre 09.



NADA DUERME EN DERREDOR
de MARÍA ROSA CARVAJAL
Crítica teatral / Miembro del jurado Premios Florencio

Descubrir a un autor es siempre buena cosa. Sobre todo si hablamos de buenos dramaturgos. Eso fue lo que aconteció con el nórdico Jon Fosse. Dramaturgo que apunta con mano firme al tema existencial, a las profundidades en las que está inmerso el ser humano, al sentido crítico de la vida y de la muerte. A los lazos fríos y distantes entre seres que deberían abrazarse, demostrar los sentimientos , aunque sea por un breve período, pero ver que el sentir existe.
En la obra de Fosse titulada irónicamente “El hijo” -ese ser que debe generar amor, amparo, afecto-, aquí se le muestra como alguien que si llega sus padres no saben como encararlo. No parece el hijo, sí un visitante, que no es necesario tenerlo mucho tiempo, lo suficiente como para recordar su rostro. De él sólo saben algo en ese largo lapso de ausencia, saben que quizás y sólo quizás -como dijo el vecino- pudo estar preso. Y todo fluye como natural, como natural es también el quietismo en que ese par de padres deja discurrir sus vidas. Todo es siempre igual, nada cambia en forma aparente. Hay una rutina, un agotamiento presentado de antemano, como si todo lo que ocurre debe ser así. No hay posibilidad para los cambios, estas palabras no existen. Como tampoco nadie se atreve a hacer nada diferente.
El matrimonio se ubica uno en cada cabecera de la mesa y la distancio que hay entre los dos es tan larga como la noche. No se tocan, no se rozan, todo se hace con una asepsia digna de hospital. Los sentimientos del matrimonio no se trasmiten. Sólo hablan del vecino, de la falta de luz, y de ese espectro que es el hijo. Que no es ni bueno ni malo, ni delincuente ni libre de culpas. Todo está en medias tintas, nada es absoluto, pero la relatividad no es del todo elocuente.
Obra dura, hermética, con un grado de dramatismo profundo, llevado éste con total entereza, sin permitir que se trasunten emociones.
Los cuatros personajes están sabiamente pintados, como productos de una sociedad que va exterminando de a poco los lazos de afecto. Los padres reciben al hijo que no ven desde hace tiempo, como si lo hubieran visto hace poco. Nada es natural, no se siente clima familiar, más bien un clima de incomodidad, de reajustarse a una nueva situación. Algo invade al matrimonio., que hace que piensen que pronto quedarán solos en la zona, no cuentan con el hijo, lo lógico es que éste no esté. Tiene más importancia el vecino por la luz que les hace llegar al mirar hacia fuera que una presencia que debería iluminar sus vidas en el mejor de los sentidos.
El cuarteto realiza un excelente trabajo de composición de la mano del director Martín Tufró que le imprimió ese toque tan angustiosamente lúgubre, distante, frío, que hace pensar por momentos que todo está perdido. Una obra que es una llamada de atención social, una alarma que indica que esta indiferencia no debe, no puede exitstir, no se debe matar al sol antes que éste salga.
“El hijo” de Jon Fosse, en el teatro El Galpón.


SILENCIOS A LA INTEMPERIE

por Jorge Arias
**********************************************************************
Esta producción argentina llega a nosotros, como llegó a Buenos Aires, mediante el patrocinio de la embajada del reino de Noruega; Jon Fosse es autor, también, de “La noche canta sus canciones”, que se presentó, con dirección de Daniel Veronese, en el XVº Festival Internacional de Teatro de Porto Alegre (2008).
“El hijo” trata agudamente y con cierta dosis de novedad el conocido tema de la espera y el regreso; el huésped deseado y quizás temido; algo como la parábola del hijo pródigo, sin final feliz. En la soledad de su casa en Noruega, lejos del centro poblado y en medio de la noche de seis meses, un matrimonio mayor intenta una comunicación, que se nota muerta antes de empezar, con trivialidades sobre la oscuridad, el tiempo, los escasos vecinos, la temperatura; palabras y silencios que evocan, por acción y omisión, a un hijo ausente, del que no tuvieron noticias los últimos seis meses: toda una aguja en el corazón. Un vecino, marginal y maligno, sostiene, sin pruebas, que el hijo ausente ha estado en la cárcel. Llega el hijo, nada comunicativo, que sólo al fin, cuando se va luego de una visita que dura unas horas, condesciende a una inconvincente explicación de su ausencia. Los concisos diálogos parecen extraídos del natural; todas las palabras, por lo que dicen y por lo que callan, tienen significación y construyen, línea a línea, un fuerte drama.. La conclusión es que no sabemos nada o casi nada de los seres que nos son más próximos, que nos codeamos con el misterio. El solitario matrimonio sabe poco o nada de su extraño vecino; no sabe qué pensar del hijo; su vuelta al hogar sólo provee un problema y más y mayores perplejidades sobre cuál fue su pasado y qué le aguarda en el futuro; ni los agonistas ni los espectadores sabrán qué ha ocurrido. Posiblemente nada saben de ellos mismos, porque toda percepción de las almas parece embotada por el hábito, la rutina, el diario vivir.
La dirección de Martín Tufró, dentro de una escenografía funcional y sobria de Oria Puppo, va a lo esencial, muestra muy buen sentido de las pausas, el tono de voz y el ritmo de la acción. La interpretación, en la que se destaca Susana Pampín como la madre, realza los méritos de la pieza.