lunes, 2 de marzo de 2009

Dijo Carlos Pacheco de La Nación

Definiciones precisas en una puesta con mérito
Martín Tufró dirige una versión de El hijo, de Jon Fosse

Nuestra opinión: bueno

Una familia aislada; el matrimonio vive en un pequeño poblado oscuro, donde los vecinos se han ido muriendo o han partido en busca de otra realidad. Sólo un vecino, a veces, comparte algo de su existencia en el lugar, un hijo que ya no está y de quien muy poco se sabe. El vecino informa a esos padres que ese hijo lleva una vida poco clara, pero es el propio hijo, cuando llega, el que desata una serie de situaciones dramáticas, mínimas pero intensas, que posibilitan al espectador reflexionar acerca de una verdad que ha quedado flotando en el aire.

En el texto del noruego Jon Fosse -al igual que La noche canta sus canciones , su primer drama conocido entre nosotros- son determinantes el paisaje y como él ensombrece la conducta de los personajes. Sus diálogos son fragmentados y la conducta de sus seres irá definiéndose de a poco, sin sobresaltos, y sólo habrá posibilidades de comprenderla completamente al final de la experiencia.

Martín Tufró consigue definiciones muy precisas a la hora de plantar en escena la relación entre los padres. Susana Pampín y Julio Molina consiguen dos recreaciones muy minuciosas. Hay muchas sutilezas en la elaboración de esos personajes; sus pequeños actos, sus gestos, sus miradas van construyendo una intriga que se tornará verdaderamente inquietante. No sucede lo mismo en la relación entre El vecino (Pablo Rinaldi) y El hijo (Leandro Rosenbaum). Algo de formalidad en la definición de los hombres detiene el crecimiento de esos personajes, como si en verdad el exterior al que pertenecen no pudiera acomodarse en el interior de la casa y ante quienes la habitan.

Aun así, la experiencia en general tiene sus méritos. El mundo de Fosse está expuesto con cierto rigor y, desde los rubros más técnicos: escenografía (Oria Puppo), iluminación (Jorge Pastorino) se ve fortalecido.

Carlos Pacheco