domingo, 20 de diciembre de 2009
Críticas de medios uruguayos. Teatro El Galpón. Montevideo. Diciembre 09.
NADA DUERME EN DERREDOR
de MARÍA ROSA CARVAJAL
Crítica teatral / Miembro del jurado Premios Florencio
Descubrir a un autor es siempre buena cosa. Sobre todo si hablamos de buenos dramaturgos. Eso fue lo que aconteció con el nórdico Jon Fosse. Dramaturgo que apunta con mano firme al tema existencial, a las profundidades en las que está inmerso el ser humano, al sentido crítico de la vida y de la muerte. A los lazos fríos y distantes entre seres que deberían abrazarse, demostrar los sentimientos , aunque sea por un breve período, pero ver que el sentir existe.
En la obra de Fosse titulada irónicamente “El hijo” -ese ser que debe generar amor, amparo, afecto-, aquí se le muestra como alguien que si llega sus padres no saben como encararlo. No parece el hijo, sí un visitante, que no es necesario tenerlo mucho tiempo, lo suficiente como para recordar su rostro. De él sólo saben algo en ese largo lapso de ausencia, saben que quizás y sólo quizás -como dijo el vecino- pudo estar preso. Y todo fluye como natural, como natural es también el quietismo en que ese par de padres deja discurrir sus vidas. Todo es siempre igual, nada cambia en forma aparente. Hay una rutina, un agotamiento presentado de antemano, como si todo lo que ocurre debe ser así. No hay posibilidad para los cambios, estas palabras no existen. Como tampoco nadie se atreve a hacer nada diferente.
El matrimonio se ubica uno en cada cabecera de la mesa y la distancio que hay entre los dos es tan larga como la noche. No se tocan, no se rozan, todo se hace con una asepsia digna de hospital. Los sentimientos del matrimonio no se trasmiten. Sólo hablan del vecino, de la falta de luz, y de ese espectro que es el hijo. Que no es ni bueno ni malo, ni delincuente ni libre de culpas. Todo está en medias tintas, nada es absoluto, pero la relatividad no es del todo elocuente.
Obra dura, hermética, con un grado de dramatismo profundo, llevado éste con total entereza, sin permitir que se trasunten emociones.
Los cuatros personajes están sabiamente pintados, como productos de una sociedad que va exterminando de a poco los lazos de afecto. Los padres reciben al hijo que no ven desde hace tiempo, como si lo hubieran visto hace poco. Nada es natural, no se siente clima familiar, más bien un clima de incomodidad, de reajustarse a una nueva situación. Algo invade al matrimonio., que hace que piensen que pronto quedarán solos en la zona, no cuentan con el hijo, lo lógico es que éste no esté. Tiene más importancia el vecino por la luz que les hace llegar al mirar hacia fuera que una presencia que debería iluminar sus vidas en el mejor de los sentidos.
El cuarteto realiza un excelente trabajo de composición de la mano del director Martín Tufró que le imprimió ese toque tan angustiosamente lúgubre, distante, frío, que hace pensar por momentos que todo está perdido. Una obra que es una llamada de atención social, una alarma que indica que esta indiferencia no debe, no puede exitstir, no se debe matar al sol antes que éste salga.
“El hijo” de Jon Fosse, en el teatro El Galpón.
SILENCIOS A LA INTEMPERIE
por Jorge Arias
**********************************************************************
Esta producción argentina llega a nosotros, como llegó a Buenos Aires, mediante el patrocinio de la embajada del reino de Noruega; Jon Fosse es autor, también, de “La noche canta sus canciones”, que se presentó, con dirección de Daniel Veronese, en el XVº Festival Internacional de Teatro de Porto Alegre (2008).
“El hijo” trata agudamente y con cierta dosis de novedad el conocido tema de la espera y el regreso; el huésped deseado y quizás temido; algo como la parábola del hijo pródigo, sin final feliz. En la soledad de su casa en Noruega, lejos del centro poblado y en medio de la noche de seis meses, un matrimonio mayor intenta una comunicación, que se nota muerta antes de empezar, con trivialidades sobre la oscuridad, el tiempo, los escasos vecinos, la temperatura; palabras y silencios que evocan, por acción y omisión, a un hijo ausente, del que no tuvieron noticias los últimos seis meses: toda una aguja en el corazón. Un vecino, marginal y maligno, sostiene, sin pruebas, que el hijo ausente ha estado en la cárcel. Llega el hijo, nada comunicativo, que sólo al fin, cuando se va luego de una visita que dura unas horas, condesciende a una inconvincente explicación de su ausencia. Los concisos diálogos parecen extraídos del natural; todas las palabras, por lo que dicen y por lo que callan, tienen significación y construyen, línea a línea, un fuerte drama.. La conclusión es que no sabemos nada o casi nada de los seres que nos son más próximos, que nos codeamos con el misterio. El solitario matrimonio sabe poco o nada de su extraño vecino; no sabe qué pensar del hijo; su vuelta al hogar sólo provee un problema y más y mayores perplejidades sobre cuál fue su pasado y qué le aguarda en el futuro; ni los agonistas ni los espectadores sabrán qué ha ocurrido. Posiblemente nada saben de ellos mismos, porque toda percepción de las almas parece embotada por el hábito, la rutina, el diario vivir.
La dirección de Martín Tufró, dentro de una escenografía funcional y sobria de Oria Puppo, va a lo esencial, muestra muy buen sentido de las pausas, el tono de voz y el ritmo de la acción. La interpretación, en la que se destaca Susana Pampín como la madre, realza los méritos de la pieza.
sábado, 21 de noviembre de 2009
El Hijo en El Galpón de Montevideo, Uruguay
viernes, 8 de mayo de 2009
Crítica en Revista Llegás.
El silencio como partitura
Calificación: HAY QUE VERLA
Largo silencio, larga espera, larga mesa. En un extremo la madre teje, en el otro el padre intenta una mínima partida de ajedrez. Los dos están muy lejos, hacia adentro. Se miran de reojo, pero no necesitan decirse nada, saben que ambos aguardan que ese hijo que se fue vuelva de pronto. Por la ventana, se divisa que la zona donde residen se está vaciando. En el primer autobús que frena, baja el hijo.
Bajo estas claves arquetípicas se pone en movimiento la nueva obra del dramaturgo noruego Jon Fosse, de quien hasta ahora solo teníamos referencias por La Noche canta sus canciones, llevada a cabo por Daniel Veronese. En esta oportunidad es Martín Tufró –director de Cuarentena y Espacio Vital, y permanente asistente de Alejandro Tantanian– quien se pone en el centro de esta familia en estado crónico de mute. Bajo su ala Julio Molina, como el padre, y Susana Pampín, la madre, forman el binomio parental, con extrema justeza y sólida tensión. Del mundo exterior a esta casa, desembarcan el hijo –Leandro Rosembaum– y Pablo Rinaldi, como el vecino que sabe demasiado.
Con un marcado tono de parábola, no hay nombres propios en El Hijo, cada uno de ellos debería cumplir un rol social al menos, pero ni siquiera. No puede ser expresado. Tufró traduce en materia la intensión del texto, genera un poética del silencio, dando cuenta de que lo no dicho debe seguir oculto. Las marcaciones en la interpretación hacen pie en la dirección de miradas entre los cuatro protagonistas para generar un sistema de gestos fríos, inmovilidad paulatina y algunos enunciados perdidos. Y nada más que eso. Se destaca Pampín, como la madre que desde sus últimos alientos es sostén de esta estructura. Cabe mencionar también a Pablo Rinaldi, que en su rol del único vecino, intenta con una actuación inquieta y violenta, cortar la pasividad de estos padres, respecto de su primogénito. Pero sus palabras no alcanzan a convencerlos. Todo entre ellos seguirá igual, o quizás bastante peor.
En El Hijo, Martín Tufró integra todos los elementos –escenografía, espacio, texto, registro y tono de interpretación– sin que haya ningún capricho estético que se torne díscolo, pretencioso o intelectual. Todo encuentra su lugar en sí mismo, y en relación con la totalidad. El magnífico uso de la escenografía –desarrollada por Oria Puppo– funciona como un texto más. Esa mesa larga, desubicada en este ámbito familiar, nos obliga a ingresar en un mundo que de tan enrarecido parecería inhabitable, donde solo los signos de vestuario nos referencian alguna época, que tampoco es clara.
La ventana, sobre el tabicado escenográfico, que mira a un “afuera” oscuro, refuerza el concepto del no-lugar. ¿Pero qué une un texto que desarrolla el muy visitado tema de los vínculos familiares con esta sensación de inmaterialidad que atraviesa todo el espectáculo? Pareciera que Tufró conoce lo trillado de la representación de las familias disfuncionales, y quiere universalizar y proyectar la obra en dos aspectos: el social y el teatral, relacionándolos. Con el primero expone las miserias de los vínculos primarios, de que no importa el momento histórico, ni siquiera el lugar geográfico: todas las familias enferman, son sinistras, y lo son, entre otras cosas, porque para no fragmentarse eligen el silencio como partitura. Haciéndose eco de esto y de su imposibilidad de cambio, en lo teatral, Tufró no da respuestas y no intenta mostrar una salida. No utiliza la pieza para bajar una línea moral o didáctica, y en la puesta antepone a ese silencio familiar cotidiano, un silencio más duro y explícito.
El Hijo es una tragedia moderna y radical, que desde su cerradura invita a mirar dentro de nuestro propio living. Nos sentimos incómodos y avergonzados, pero en fin, las cosas son inalterables y mejor no hablar sobre ellas.
Juan Ignacio Crespo
Calificación: HAY QUE VERLA
Largo silencio, larga espera, larga mesa. En un extremo la madre teje, en el otro el padre intenta una mínima partida de ajedrez. Los dos están muy lejos, hacia adentro. Se miran de reojo, pero no necesitan decirse nada, saben que ambos aguardan que ese hijo que se fue vuelva de pronto. Por la ventana, se divisa que la zona donde residen se está vaciando. En el primer autobús que frena, baja el hijo.
Bajo estas claves arquetípicas se pone en movimiento la nueva obra del dramaturgo noruego Jon Fosse, de quien hasta ahora solo teníamos referencias por La Noche canta sus canciones, llevada a cabo por Daniel Veronese. En esta oportunidad es Martín Tufró –director de Cuarentena y Espacio Vital, y permanente asistente de Alejandro Tantanian– quien se pone en el centro de esta familia en estado crónico de mute. Bajo su ala Julio Molina, como el padre, y Susana Pampín, la madre, forman el binomio parental, con extrema justeza y sólida tensión. Del mundo exterior a esta casa, desembarcan el hijo –Leandro Rosembaum– y Pablo Rinaldi, como el vecino que sabe demasiado.
Con un marcado tono de parábola, no hay nombres propios en El Hijo, cada uno de ellos debería cumplir un rol social al menos, pero ni siquiera. No puede ser expresado. Tufró traduce en materia la intensión del texto, genera un poética del silencio, dando cuenta de que lo no dicho debe seguir oculto. Las marcaciones en la interpretación hacen pie en la dirección de miradas entre los cuatro protagonistas para generar un sistema de gestos fríos, inmovilidad paulatina y algunos enunciados perdidos. Y nada más que eso. Se destaca Pampín, como la madre que desde sus últimos alientos es sostén de esta estructura. Cabe mencionar también a Pablo Rinaldi, que en su rol del único vecino, intenta con una actuación inquieta y violenta, cortar la pasividad de estos padres, respecto de su primogénito. Pero sus palabras no alcanzan a convencerlos. Todo entre ellos seguirá igual, o quizás bastante peor.
En El Hijo, Martín Tufró integra todos los elementos –escenografía, espacio, texto, registro y tono de interpretación– sin que haya ningún capricho estético que se torne díscolo, pretencioso o intelectual. Todo encuentra su lugar en sí mismo, y en relación con la totalidad. El magnífico uso de la escenografía –desarrollada por Oria Puppo– funciona como un texto más. Esa mesa larga, desubicada en este ámbito familiar, nos obliga a ingresar en un mundo que de tan enrarecido parecería inhabitable, donde solo los signos de vestuario nos referencian alguna época, que tampoco es clara.
La ventana, sobre el tabicado escenográfico, que mira a un “afuera” oscuro, refuerza el concepto del no-lugar. ¿Pero qué une un texto que desarrolla el muy visitado tema de los vínculos familiares con esta sensación de inmaterialidad que atraviesa todo el espectáculo? Pareciera que Tufró conoce lo trillado de la representación de las familias disfuncionales, y quiere universalizar y proyectar la obra en dos aspectos: el social y el teatral, relacionándolos. Con el primero expone las miserias de los vínculos primarios, de que no importa el momento histórico, ni siquiera el lugar geográfico: todas las familias enferman, son sinistras, y lo son, entre otras cosas, porque para no fragmentarse eligen el silencio como partitura. Haciéndose eco de esto y de su imposibilidad de cambio, en lo teatral, Tufró no da respuestas y no intenta mostrar una salida. No utiliza la pieza para bajar una línea moral o didáctica, y en la puesta antepone a ese silencio familiar cotidiano, un silencio más duro y explícito.
El Hijo es una tragedia moderna y radical, que desde su cerradura invita a mirar dentro de nuestro propio living. Nos sentimos incómodos y avergonzados, pero en fin, las cosas son inalterables y mejor no hablar sobre ellas.
Juan Ignacio Crespo
miércoles, 4 de marzo de 2009
martes, 3 de marzo de 2009
Entrevista a Martín Tufró. Clarín. 3 de Marzo
UNAS FICHAS A...
Martín Tufró: Pelear por la voz propia
Asistente de dirección de "Los Mansos", estrenó "El hijo", un texto de Jon Fosse. Tiene una mirada aguda sobre el teatro actual.
Por: Juan José Santillán
El trabajo teatral de Martín Tufró (Olivos, 1978) combina tanto la puesta en escena como la dramaturgia. Un recorrido particular, cuya formación se gestó, entre otras prácticas, desde su participación y aprendizaje en sólidas experiencias como Los Mansos, de Alejandro Tantanian —donde trabajó como asistente de dirección— o La libertad, co-escrita con Tantanian y Ariel Farace para el Internationale Schillertage, festival alemán que se realiza en Manheim, dedicado a Friedrich Schiller.
Luego de Cuarentena —junto a Sofía Humala— y Espacio vital, su primera obra como autor-director, Tufró acaba de estrenar El hijo, un texto de Jon Fosse protagonizado por destacados actores como Susana Pampín y Julio Molina. Este dramaturgo noruego fue estrenado por primera en vez en Buenos Aires por Daniel Veronese, quien puso en escena el año pasado, La noche canta sus canciones.
Fosse es un autor cuya escritura dramática se caracteriza, entre otros aspectos, por una filosa mirada sobre los vínculos humanos, basada en procedimientos que explotan en escena la austeridad de palabra. "Después de haber trabajado sobre mi primera obra —cuenta Tufró acerca de su abordaje de este texto— busqué bastante hasta que pude dar con este texto. Era lo primero que leía de Jon Fosse, y me atrapó enseguida. La situación es muy simple: un hijo vuelve al hogar paterno después de una larga ausencia en la cual nada se supo de él, salvo el rumor de que estuvo preso. Por detrás de esa simple trama aparecen los grandes temas de la obra: la soledad, el silencio, la mentira y la verdad."
¿Qué te interesó de la dramaturgia de Fosse al encarar este proyecto como director?
En principio, su dramaturgia en "estado puro", es decir, cómo está escrita, cómo cuenta a partir de prácticamente nada, cómo una situación que dramáticamente es muy pequeña se vuelve algo enorme e incontrolable. Es un texto que, bajo una apariencia muy simple, ofrece una complejidad enorme para el trabajo de puesta en escena.
¿Qué relación encontrás entre "El hijo" y tu propia escritura dramática?
No sé si puedo compararme con otros autores y obras. Creo que sería un poco pretencioso de mi parte, sobre todo tratándose de Jon Fosse, quien tiene una obra muy vasta y de gran reconocimiento y prestigio en el mundo. En todo caso, pienso en qué cosas me gustaría tener de la escritura de Fosse, o qué cosas de su escritura resuenan en mi cabeza para sentir esa afinidad por su obra. En ese sentido, creo que el trabajo de precisión sobre la palabra, la economía en el lenguaje, el decir mucho con poco, son cosas que hay en la obra de Fosse y que yo, a la vez, intento lograr en lo que me toca escribir.
¿Qué características encontrás en los directores con quienes compartís una franja generacional?
La verdad, salvo algunos pocos casos destacables, no creo que haya una gran renovación, y en eso me incluyo. Tal vez vayan apareciendo nombres nuevos, de gente joven, por simple y lógico recambio generacional, pero eso no implica que se hagan cosas innovadoras. Es muy difícil ser innovador en una época en la que todo es válido. En todo caso, creo que si uno no puede o no quiere innovar, al menos tiene que tratar de ser serio y sincero en lo que hace, y no veo mucha gente que lo sea, ni en el teatro ni en ningún ámbito.
¿Cómo pensás que dialoga tu obra con el contexto de producción del teatro porteño?
Creo que en términos de producción, es una obra convencional, lo cual no tiene nada de malo, si uno sabe y asume que es así. No pretendo ninguna etiqueta de "teatro independiente". Obviamente no es un proyecto comercial, porque los volúmenes de público y de dinero involucrados no alcanzan para eso, ni tampoco somos teatro oficial, por el espacio en que estamos. Pero eso no nos convierte en un proyecto independiente. Creo que esa palabra debería tener un alcance mucho mayor del que se le suele dar en estos tiempos. -
Martín Tufró: Pelear por la voz propia
Asistente de dirección de "Los Mansos", estrenó "El hijo", un texto de Jon Fosse. Tiene una mirada aguda sobre el teatro actual.
Por: Juan José Santillán
El trabajo teatral de Martín Tufró (Olivos, 1978) combina tanto la puesta en escena como la dramaturgia. Un recorrido particular, cuya formación se gestó, entre otras prácticas, desde su participación y aprendizaje en sólidas experiencias como Los Mansos, de Alejandro Tantanian —donde trabajó como asistente de dirección— o La libertad, co-escrita con Tantanian y Ariel Farace para el Internationale Schillertage, festival alemán que se realiza en Manheim, dedicado a Friedrich Schiller.
Luego de Cuarentena —junto a Sofía Humala— y Espacio vital, su primera obra como autor-director, Tufró acaba de estrenar El hijo, un texto de Jon Fosse protagonizado por destacados actores como Susana Pampín y Julio Molina. Este dramaturgo noruego fue estrenado por primera en vez en Buenos Aires por Daniel Veronese, quien puso en escena el año pasado, La noche canta sus canciones.
Fosse es un autor cuya escritura dramática se caracteriza, entre otros aspectos, por una filosa mirada sobre los vínculos humanos, basada en procedimientos que explotan en escena la austeridad de palabra. "Después de haber trabajado sobre mi primera obra —cuenta Tufró acerca de su abordaje de este texto— busqué bastante hasta que pude dar con este texto. Era lo primero que leía de Jon Fosse, y me atrapó enseguida. La situación es muy simple: un hijo vuelve al hogar paterno después de una larga ausencia en la cual nada se supo de él, salvo el rumor de que estuvo preso. Por detrás de esa simple trama aparecen los grandes temas de la obra: la soledad, el silencio, la mentira y la verdad."
¿Qué te interesó de la dramaturgia de Fosse al encarar este proyecto como director?
En principio, su dramaturgia en "estado puro", es decir, cómo está escrita, cómo cuenta a partir de prácticamente nada, cómo una situación que dramáticamente es muy pequeña se vuelve algo enorme e incontrolable. Es un texto que, bajo una apariencia muy simple, ofrece una complejidad enorme para el trabajo de puesta en escena.
¿Qué relación encontrás entre "El hijo" y tu propia escritura dramática?
No sé si puedo compararme con otros autores y obras. Creo que sería un poco pretencioso de mi parte, sobre todo tratándose de Jon Fosse, quien tiene una obra muy vasta y de gran reconocimiento y prestigio en el mundo. En todo caso, pienso en qué cosas me gustaría tener de la escritura de Fosse, o qué cosas de su escritura resuenan en mi cabeza para sentir esa afinidad por su obra. En ese sentido, creo que el trabajo de precisión sobre la palabra, la economía en el lenguaje, el decir mucho con poco, son cosas que hay en la obra de Fosse y que yo, a la vez, intento lograr en lo que me toca escribir.
¿Qué características encontrás en los directores con quienes compartís una franja generacional?
La verdad, salvo algunos pocos casos destacables, no creo que haya una gran renovación, y en eso me incluyo. Tal vez vayan apareciendo nombres nuevos, de gente joven, por simple y lógico recambio generacional, pero eso no implica que se hagan cosas innovadoras. Es muy difícil ser innovador en una época en la que todo es válido. En todo caso, creo que si uno no puede o no quiere innovar, al menos tiene que tratar de ser serio y sincero en lo que hace, y no veo mucha gente que lo sea, ni en el teatro ni en ningún ámbito.
¿Cómo pensás que dialoga tu obra con el contexto de producción del teatro porteño?
Creo que en términos de producción, es una obra convencional, lo cual no tiene nada de malo, si uno sabe y asume que es así. No pretendo ninguna etiqueta de "teatro independiente". Obviamente no es un proyecto comercial, porque los volúmenes de público y de dinero involucrados no alcanzan para eso, ni tampoco somos teatro oficial, por el espacio en que estamos. Pero eso no nos convierte en un proyecto independiente. Creo que esa palabra debería tener un alcance mucho mayor del que se le suele dar en estos tiempos. -
lunes, 2 de marzo de 2009
Dijo Carlos Pacheco de La Nación
Definiciones precisas en una puesta con mérito
Martín Tufró dirige una versión de El hijo, de Jon Fosse
Nuestra opinión: bueno
Una familia aislada; el matrimonio vive en un pequeño poblado oscuro, donde los vecinos se han ido muriendo o han partido en busca de otra realidad. Sólo un vecino, a veces, comparte algo de su existencia en el lugar, un hijo que ya no está y de quien muy poco se sabe. El vecino informa a esos padres que ese hijo lleva una vida poco clara, pero es el propio hijo, cuando llega, el que desata una serie de situaciones dramáticas, mínimas pero intensas, que posibilitan al espectador reflexionar acerca de una verdad que ha quedado flotando en el aire.
En el texto del noruego Jon Fosse -al igual que La noche canta sus canciones , su primer drama conocido entre nosotros- son determinantes el paisaje y como él ensombrece la conducta de los personajes. Sus diálogos son fragmentados y la conducta de sus seres irá definiéndose de a poco, sin sobresaltos, y sólo habrá posibilidades de comprenderla completamente al final de la experiencia.
Martín Tufró consigue definiciones muy precisas a la hora de plantar en escena la relación entre los padres. Susana Pampín y Julio Molina consiguen dos recreaciones muy minuciosas. Hay muchas sutilezas en la elaboración de esos personajes; sus pequeños actos, sus gestos, sus miradas van construyendo una intriga que se tornará verdaderamente inquietante. No sucede lo mismo en la relación entre El vecino (Pablo Rinaldi) y El hijo (Leandro Rosenbaum). Algo de formalidad en la definición de los hombres detiene el crecimiento de esos personajes, como si en verdad el exterior al que pertenecen no pudiera acomodarse en el interior de la casa y ante quienes la habitan.
Aun así, la experiencia en general tiene sus méritos. El mundo de Fosse está expuesto con cierto rigor y, desde los rubros más técnicos: escenografía (Oria Puppo), iluminación (Jorge Pastorino) se ve fortalecido.
Carlos Pacheco
Martín Tufró dirige una versión de El hijo, de Jon Fosse
Nuestra opinión: bueno
Una familia aislada; el matrimonio vive en un pequeño poblado oscuro, donde los vecinos se han ido muriendo o han partido en busca de otra realidad. Sólo un vecino, a veces, comparte algo de su existencia en el lugar, un hijo que ya no está y de quien muy poco se sabe. El vecino informa a esos padres que ese hijo lleva una vida poco clara, pero es el propio hijo, cuando llega, el que desata una serie de situaciones dramáticas, mínimas pero intensas, que posibilitan al espectador reflexionar acerca de una verdad que ha quedado flotando en el aire.
En el texto del noruego Jon Fosse -al igual que La noche canta sus canciones , su primer drama conocido entre nosotros- son determinantes el paisaje y como él ensombrece la conducta de los personajes. Sus diálogos son fragmentados y la conducta de sus seres irá definiéndose de a poco, sin sobresaltos, y sólo habrá posibilidades de comprenderla completamente al final de la experiencia.
Martín Tufró consigue definiciones muy precisas a la hora de plantar en escena la relación entre los padres. Susana Pampín y Julio Molina consiguen dos recreaciones muy minuciosas. Hay muchas sutilezas en la elaboración de esos personajes; sus pequeños actos, sus gestos, sus miradas van construyendo una intriga que se tornará verdaderamente inquietante. No sucede lo mismo en la relación entre El vecino (Pablo Rinaldi) y El hijo (Leandro Rosenbaum). Algo de formalidad en la definición de los hombres detiene el crecimiento de esos personajes, como si en verdad el exterior al que pertenecen no pudiera acomodarse en el interior de la casa y ante quienes la habitan.
Aun así, la experiencia en general tiene sus méritos. El mundo de Fosse está expuesto con cierto rigor y, desde los rubros más técnicos: escenografía (Oria Puppo), iluminación (Jorge Pastorino) se ve fortalecido.
Carlos Pacheco
domingo, 15 de febrero de 2009
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